Una Isla
- Mamotreto Editorial
- 11 abr
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 13 abr
Primero fue la huerta que tapo el alud que quizá fue el alud que tapó la huerta. La memoria algunas veces es agua entre las manos. Lo cierto es que la huerta es el presente y en el pasado fue el alud de tierra amarilla abandonando la montaña y precipitándose en la parte trasera de su casa labrando un espacio donde en surcos horizontales se siembra legumbres, hortalizas, plantas aromáticas y medicinales. Un gato amarillo pasa de un solo salto los cuatro peldaños de una escalera de madera que da acceso a la huerta y se oculta tras las grandes hojas de una lechuga crespa. Don Luis Fernando Cano Torres pisa fuerte cada peldaño de la escalera asegurando su posición. Al entrar a la huerta y hollar las hojas secas en los surcos del camino toma un puñado de tierra con sus manos gruesas para sentir la consistencia y quizá anunciar su llegada. Me sonríe con ese candor campesino y luego cuenta con voz pausada que ha llovido poco, pero que, en esta montaña, gracias a Dios, el agua nunca falta. Esa montaña es un ramal rodeados por dos arroyos nacidos en lo alto de la reserva el moral, en la vereda La Palma, una de las muchas veredas del corregimiento de San Cristóbal. Las aguas cristalinas abrazan al ramal desde orillas opuestas y en la parte baja con otro arroyo murmurando esplendores entre el cacareo de gallinas saraviadas y el canto atemporal de gallos finos. Luis vino de la ciudad con la experiencia de su labor en la construcción, por eso no le fue difícil empuñar el machete y arar surcos derechitos con el azadón. La abundancia la aprendió a medir con el peso y para hacerlo solo necesita sus manos. Para las medidas es igual, sus valores son el jeme, distancia que hay desde la extremidad del dedo pulgar al índice, y la cuarta, distancia de la punta del pulgar y el meñique con la mano estirada. En la parte alta de la huerta las orquídeas y la bromelias habitan entre las ramas cubiertas por líquenes y de los árboles más viejos. Un sembrado vertical de yuca marcando el lindero forma un bosque de hojas palmeadas. Ese tubérculo originario de este continente es su alimento preferido. Lo cultiva con amor y aguarda con paciencia casi un año entero, ya que a estas alturas la temperatura es baja y el tubérculo anida como un oso en invierno entre la tierra negra, pero se fortalece en el crecimiento y al cosecharla la abundancia de carbohidratos, proteínas, vitamina C, magnesio y potasio es tanta que dos jornales diarios nos es nada para tanto nutriente. Su esposa, Rubiela Helena Gallego cría gallinas y vende sus huevos criollos. Juntos han vivido 21 años y con su labor han dado educación a sus hijos. Se acerca la hora del almuerzo. La olla comienza a silbar. Don Luis se sienta a la sombra a tomar un tintico en el pasillo de su casa mientras contempla un torrente de mariposas blancas rodear los tallos de las cebollas iluminadas por un cauce de sol. En el valle la ciudad ruge ahogada en la lejanía.
San Cristóbal. Vereda la Palma. 2025
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